14 de marzo de 2013

Para que Jesús crezca y yo mengüe


La vida no es pareja. Llegar al Señor no es garante del éxito que profesa la sociedad como tal: no es ausencia del dolor, no es ausencia de enfermedades, no es ausencia de conflictos familiares, no es ausencia de temor. De hecho, la vida sigue con dolor, enfermedades, conflictos familiares y temor... Muchas veces nuestra oración es: "Señor, por favor, resuelve mis problemas... que mi papá sea humilde y pida perdón... dame el valor necesario para tomar esta decisión... quita mi temor". ¿Alguna vez te has preguntado eso? ¿Por qué mi vida sigue igual que antes de convertirme? O quizás preguntar: ¿dónde están esos milagros que vienen de la fe en el Jesús que sanaba, resucitaba muertos, abría los ojos de los ciegos, hacía oír a los sordos y saltar a los cojos?

La vida no es pareja. Es una lucha constante contra una sociedad que presiona por todo. Presiona por que uno sea el(la) mejor pololo(a)/novio(a)/esposo(a), el mejor empleado, el hijo perfecto, el padre presente y proveedor... Presiona por las apariencias: lo que tengo determina lo que soy... el lugar donde vivo determina mi status quo y mi valor como persona. La sociedad crea necesidades que no son necesidades. ¿Acaso no nos vemos muchas veces sumidos en gastos más allá de nuestros ingresos? Presiona a la mujer para que provea al hogar y además que le alcancen las fuerzas para educar a los hijos, ser dueña de casa, ser buena esposa... Por eso no me extrañan las separaciones y divorcios, cuando esta misma sociedad que crea egoísmo y egocentrismos... que malentiende el matrimonio y que crea en los novios la necesidad de asegurarse en caso de que el matrimonio fracase.

Hace algunos años tuve muchos conflictos con mis padres. Oraba mucho al Señor para que las cosas cambiaran. Cuando vi que no cambiaron, me frustré tanto que estuve a un paso de la depresión... Mi sorpresa fue grande cuando, en mis oraciones, el Señor me mostró algo que me dejó perplejo: "Tú eres el que debe cambiar". Eso cambió me perspectiva de las cosas. Oraba para que todo lo demás cambiara, para que los demás pidieran perdón, para que yo  me sanara, para que yo fuera feliz. Allí entendí y agradecí al Señor que la vida no fuera pareja... que hubieran dolores y conflictos y también temores, porque todo aquello me hacía depender mucho más del Señor y me hacía doblar mis rodillas cada día, y me hacía orar: "Señor, cámbiame a mí, que seguro soy el más pecador... Dame el valor para ir a pedirle perdón a mi papá y bendecirlo... Y cuando me encuentre en una disyuntiva, dame la sabiduría para tomar riesgos". Son las tensiones y distensiones de la vida las que van construyendo nuestra relación con Dios. Cuando entendemos esto, el carácter de Cristo se va formando en nosotros... Al igual que la parábola del fariseo y el publicano, en la que el primero se enfocaba enteramente en sí mismo y sus méritos; el publicano, en cambio, pedía perdón y el favor de Dios.

Por último, las exigencias que nos impone la sociedad nos lleva mucho al egoísmo y a satisfacer nuestras propias necesidades. Nos lleva a cumplir nuestras propias metas sin importar mucho el interés colectivo, privilegiando el éxito personal por sobre el bien común familiar. Y ahora, les pregunto: ¿Qué sacas con ser exitoso y lleno de títulos académicos y con con curriculum vasto, si abandonamos lo esencial de la vida? ¿Qué sacas con ganar más de 1 millón de pesos si eres mal esposo(a)? ¿Ser buen esposo(a)? ¿Qué es eso para nuestros días? Es tiempo de que analicemos nuestros propios intereses a la luz de Cristo y también le rindamos aquello que nos hace unos pobres egoístas... y luchemos fuerte por aquello que Jesús mismo enseñó: "ama a tu prójimo como a ti mismo". De esa forma nuestro lema será el mismo que el de Juan el Bautista: "Es necesario que yo mengüe para que Él (Jesús) crezca"

3 de marzo de 2013

¡Qué bueno! Dios ya hizo todo

Desde muy pequeño he luchado con algo en mi mente: conseguir la aprobación del resto. Es algo que he tratado de erradicar de mi vida y creo que el Señor me ha ayudado mucho, especialmente del temor al rechazo.
Tal vez la revelación más grande fue el haber entendido que Dios me ama más de lo que imagino y sin necesidad que haga cosas por lograr Su amor. Esto es lo que denominamos "Gracia de Dios", es decir, aquel regalo que no requiere de nuestros esfuerzos sino que depende total y exclusivamente de Dios. Ya no necesitamos de obras para agradar a Dios, sino creer que Jesús ya pagó por aquella aprobación delante de Dios, al perdonar nuestros pecados y justificarnos.
Cuando entendemos esto, podemos ser libres de caretas puesto que Dios sabe que somos débiles y que no podemos solos. Esto no significa que ahora podemos hacer lo que queramos; más bien, debe ser una inspiración para agradecer a Dios y vivir una vida de rectitud.

Nos libera, además, del temor al rechazo porque ya Dios nos ama como somos y podemos vivir sin necesidad de hacer cosas para lograr la aceptación en los grupos y podemos perdonarnos a nosotros mismos de errores que hayamos cometido en el pasado.

¿Qué tan fuerte es esta verdad en nuestras vidas? ¿Cuántas veces no vivimos como si Dios no nos hubiera perdonado? ¿Cuántas veces vivimos buscando nuestro valor en las cosas materiales (cuánto tenemos), en el status socioeconómico, en los estudios o posición en el trabajo, o en compararnos con los demás, o en gastar más? Una vez que Dios nos revele su gracia, podemos ser libres de todo aquello sin necesidad de codiciar nada que tiene el del lado y podemos estar alegres que ya tenemos todo.

Bendiciones!!

La cultura del balcón

Algunos gritaban por allá. Los de acá aplaudían y gritaban. "Llévense a la vieja loca", se escuchaba por ahí. Desde muchos balcone...