29 de marzo de 2015

Hambre y sed de justicia

Ese día quise golpearlo hasta dejarlo herido. No quería volver a verlo más. En mi interior algo quería: cobrar justicia y venganza por mis propias manos.

Las cosas no andaban bien por esos días en mi familia y toda mi rabia la descargué contra mi papá. Y aunque podía tener la razón en ese momento y haya tratado de anhelar con todas mis fuerzas la justicia, lo cierto es que quedé más herido.

He escuchado a muchas personas dañadas por injusticias de la vida. De hecho, vivimos constantemente lidiando con la injusticia. Desde la injusticia e inequidad social, hasta la injusticia que se da al interior de las familias y trabajos. Hay muchas personas que de todas esas injusticias, se vuelven muy buenas para criticar todo, para hablar mal de las personas alrededor, etc. El fruto de ese tipo de anhelo de justicia, es un fruto podrido, que solamente exhala mal olor.

El hambre y sed de justicia que nos llama el Señor, no es motivado por nuestras propias fuerzas. Es motivado por lo que Él puede hacer. Por eso dice que son bienaventurados los que tienen hambre y sed de justicia, porque ellos SERÁN saciados. No dice "porque ellos serán los que la ejecuten". Es muy diferente poner todas nuestras heridas en las manos del Señor, a hacer que esas heridas generen grandes deseos de desquitarnos con todos. Lo cierto es que muchas veces, incluso conociendo a Dios, seguimos creyendo que la justicia debe ser ejecutada por nosotros.

Luego de dos días de esa noche en que discutí con mi papá, el Espítitu Santo me llevó a pedirle perdón. Entendí que no se trataba de lo que yo pudiera hacer, por más que tuviera la razón... Es mucho mejor dejar que el Señor sea quien haga justicia y no nosotros. Su justicia es duradera y causará felicidad al final del camino.

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