No muchas veces me pongo a pensar en los cambios que sufren las personas a mi alrededor. Familia y amigos son personas muy importantes para uno y sus cambios en mayor o menor medida, afectan también la forma en que uno se relaciona con ellos y - por qué no decirlo - la confianza que uno tiene en ellos.
Bajo presión, bajo estrés, bajo el dolor, he observado cómo personas muy cercanas a mí se vuelven duras y lejanas. Y cuando digo duro o lejano, es que se han vuelto menos sensibles a las necesidades de alrededor y la costumbre del dolor les hace parecer menos vivos, como que disfrutan menos la vida y las quejas se multiplican por sobre las buenas noticias y por sobre las alegrías, siendo que hay cosas buenas que rescatar en sus vidas.
Bajo presión la gente cambia (me incluyo). Es triste ver cómo las personas que una vez confesaron ser apasionados por Dios y estaban llenos de sueños y de llamados de Dios, ahora parecen lejanos a él, como si de pronto la dureza también se haya trasladado a esa área con la que vibraban: su fe.
Pero también hay otro factor: la decepción. Cuando alguien muy cercano nos decepciona, pareciera que más dureza se apodera de nosotros. Y es fácil reconocer a una persona que dice haber superado alguna área de su corazón, pero que aún no la supera: cuando habla del tema, aún se ve cierto grado de rencor en las palabras... o hay ciertas expresiones como: "Nunca cometeré el error de..." o "nunca seré tan tonto/a". La dureza de corazón viene de la mano con las heridas de un pasado que aún nos recuerda quienes fuimos y que, increíblemente, nos dice quienes somos y quienes seremos. Esto, hasta que digamos "basta".
Cuando esa decepción viene de la mano de alguien que se llama cristiano, que debería ser bueno, correcto, no decepcionante, siempre santo, la decepción es peor. Y he visto a varios amigos y conocidos que han dejado de buscar a Dios a causa de una gran decepción de alguien que se llama cristiano. La decepción es capaz de cerrar la puerta a la sensibilidad con una facilidad que nunca había imaginado.
Cuando todo se junta y nos endurecemos, empieza el siguiente proceso: el autoconvencimiento. La decepción nos lleva a la dureza y la dureza nos lleva a decirnos: "nunca más sufriré por esto", "nunca más me preocuparé por esta persona", "jamás buscaré a tal persona"; o bien, aspectos de nuestra identidad: "soy un tonto", "no sirvo para nada", "era obvio que con mi forma de ser, iba a sufrir esto". Y así... existe toda una capa de argumentos que se deposita sobre nuestro corazón... como los sedimentos se depositan en los ríos y no los dejan correr con fluidez.
Me ha tocado ver en las personas más cercanas a mí que se han vuelto más duras y parece que ya casi no viven, sino que caminan, comen, a veces ríen, después duermen. Todo bajo el argumento de "es lo que me tocó vivir". Es impresionante como el diablo nos engaña en todo nivel: a nivel de nuestras vivencias, a nivel de nuestros pensamientos, luego transformándolos en sentimientos, luego en argumentos heridos por tales vivenvias y finalmente, en lapas que se han pegado con todas sus fuerzas a nuestro corazón y que han encerrado nuestros sueños y en definitiva, nuestra vida...
(continuará)
Dios se encargó de hacer todo de nuevo, con un nuevo comienzo. Les invito a celebrar conmigo los milagros increíbles que Él hace cuando le creemos!!
13 de julio de 2009
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1 comentario:
Espero la continuación.
¿Por qué escribes de esto?
Saludos!!
Jaime.
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