Cuando llovía en los inviernos de los '90, siempre me ponía a mirar a través del vidrio empañado que daba a la calle. En momentos de mucha lluvia, los riachuelos que se formaban más allá del rectángulo transparente que limitaban mi salida al exterior, llamaban mi atención. Siempre fue mi sueño pisar pozas y mojarme un poco los pantalones. Claramente aquel sueño no se cumplió porque después tuve uso de cierta razón para comprender que podía enfermarme si hacía eso junto con una mamá que prohibía la salida al jardín cuando estaba lloviendo. Pese a ello, siempre reservo algo de niño dentro de mí que siempre quiere que pise una poza de esas que se forman en los temporales invernales. Se siente libertad al hacer eso. Como dijera Borges:
"Si pudiera volver a vivir
comenzaría a andar descalzo a principios
de la primavera
y seguiría descalzo hasta concluir el otoño.
Daría más vueltas en calesita,
contemplaría más amaneceres,
y jugaría con más niños,
si tuviera otra vez vida por delante"
A veces perdemos la emoción de la vida por no querer arriesgarnos. Más de alguien ha sentido que ha hecho todo correctamente pero algo le falta a su vida, como si ese sentido de haber hecho algo que pasara al recuerdo faltara. He escuchado un par de historias de personas bien adultas que lamentan el hecho de no haber asumido un rol más relevante en una empresa, o haber invertido en un proyecto, o habérsela jugado por un lugar donde vivir, o por alguna persona en particular etc. Nuestro temor nos hace escondernos tras lo seguro de la vida: "No confíes en nadie", "Mantén seguro lo tuyo sin importar los demás", "No te fíes de nadie". Argumentos que nos llaman a refugiarnos en lo conocido, en ese proyecto de iglesia que sabemos que atraerá a 10 personas y que una de ellas se convertirá al Señor; o en ese estilo de hacer el culto que no irá "contra las tradiciones" o esa costumbre que sabemos que no espantará a nadie. Nos gusta parecer seguros tras una rutina y tras una costumbre que nos haga sentir que todo va bien. Seguramente todo irá bien, porque hay resultados predecibles que lo avalan.
Quizás por eso me gusta(ba) el comercial de Omo. "Ensuciarse hace bien". Creo que este slogan es muy santo; nos llama a vivir libres. Y vivir libres implica tomar riesgos a través de los cuales encontremos la seguridad. Generalmente nuestro proceso mental es al revés, es decir, me arriesgo una vez que veo que todas las variables están seguras.
Cierto día iba en la micro un tanto ansioso (no recuerdo por qué). Cuando me subí a la micro y me senté, había un hombre gritando cerca de la puerta, anunciando el recorrido de la misma y esperando que subieran todos para pedir dinero a los pasajeros. En mi interior pensé: "Ya está gritando de nuevo está gente. ¿Por qué no se calla mejor?". El hombre tenía a su esposa bajo un tratamiento muy costoso. Quizás a muchos se les haga familiar tal relato, porque llevan los exámenes en la mano para pedir dinero. Cuando ese hombre empezó a hablar, Dios me habló: "Dale tu diezmo".
:S
Quedé plop. Le pregunté a Dios en una milésima de segundo si estaba seguro jejeje. Tomé el diezmo que había llevado para darlo ese mismo día y se lo di al caballero. Cuando éste se bajó de la micro, Dios me habló de nuevo: "Ahora ora por su esposa". Creo que esos 10 minutos que duró la escena me marcaron. No todo es como lo planifico. Hay que arriesgar más. Hay que trazar cosas imposibles porque de esa manera Dios manifiesta su poder. Hay que dejar de lado los prejuicios que nos atan" Esas circunstancias que no podemos controlar son las que atraen al Reino de Dios; de lo contrario sería muy buena la religión.
Creo que cuando llueva de nuevo en el invierno, probaré meter mis pies en una de esas pozas, para ver qué se siente volver a ser ese niño que miraba tras el ventanal de vidrio empañado, pero que esta vez puede salir afuera a mojarse y ensuciar su pantalón.