
Siempre pensé que Dios era como el árbitro de un partido de fútbol, que tenía un pito en su boca y que sólo se fijaba si yo cometía alguna falta, o dañaba a alguien o simplemente caía. Lo imaginaba por las mañanas, pidiéndome cuentas por lo que había hecho, y en mi mente me hice una figura de Dios que además del pito, tenía una tarjeta amarilla en su bolsillo del pantalón y también una roja, esperando para sacarme del partido en cualquier momento.
También pensaba que Dios a veces se levantaba de mala y que quizás quería probarme y entonces me vendrían grandes males, y que por haber errado una vez, yo estaba destinado a sufrir algún castigo durante el día. Eran tiempos estresantes, donde no me sentía libre, donde sentía que tenía que pagarle a Dios por mi libertad. Pagarle horas de oración. Pagarle ayunos. Pagarle vigilias. Pagarle con buenas obras. Pagarle con tener una imagen intachable. Pagarle con mi esfuerzo. Pagarle con ser bueno con los demás.
También pensaba que Dios esperaba mucho de mí, y me angustiaba si mis metas no eran cumplidas o cuando se frustraban mis proyectos, o si quería acercarmen a alguien y no podía. Entonces daba lo mejor de mí, esperando que Dios se agradara de mi obra.
Ese era mi
Padre celestial...Después de pasar los tiempos más angustiantes de mi vida, y los tiempos de mayor peligro, algo pasó, y ahora he desechado al Dios que creí conocer, por uno mejor, y que era el verdadero.
Yo no sabía que él tenía un nuevo nombre para mí, y me lo dio a conocer. Y a partir de su amor, pude ver la imagen del Padre y volver a sus brazos a dormir. Y a que él sanara mis heridas. Fue delicado y sus vendas me ayudaron a salir adelante otra vez. Pude ver que sus pensamientos no eran de mal, sino que deseaba mi paz, y que todos los días esperaba que diera lo mejor de mí, pero que ya mi vida era agradable para Él. Y cuando le pregunté: ¿Por qué?, él solamente me indicó con su dedo la cruz, y sobre ella alguien que moría por toda la humanidad. Cuando le pregunté la causa de su amor, no recibí respuesta. Entonces me dejé amar, cosa que muchos no hacen. Y comencé a ver que me defendía, y que sus problemas los hacía suyos y peleaba la batalla por mí.
Y lo mejor..!
Supe que él no era el árbitro que esperaba que yo cometiera faltas para cobrarme un tiro libre o mostrarme la tarjeta amarilla. Supe que era el que me gritaba desde las gradas: "Dale hijo, tú puedes más!!" No era el que esperaba mi caída, sino el que saltaba a lo lejos pronunciando mi nombre. ¡Ese es Dios! ¡Ese es mi papá! No el que me pintaron desde pequeño. Por tanto, desde ahora asumiré que soy un loco, pero un loco de amor por el Padre. Parece que me sigue gritando y que es el director de la barra. Je. Mi papi es mi mayor admirador! Y él ha restaurado mi autoestima. Nadie como Él en ningún lugar.
" Me llevó a la casa del banquete,
Y su bandera sobre mí fue amor.
Sustentadme con pasas,
confortadme con manzanas;
Porque estoy enfermo de amor"
(Cantar de los Cantares 2:4-5)