La mañana estaba fría y el viento matutino corría fresco y sin temor. Los naranjos, alfombrados por el rocío, yacían inmóviles, serios y ordenados. Y yo en las tablas endebles de aquella gradería, aguardaba con ansiedad que el partido comenzara. El viento pasaba a segundo plano, y solamente sentía la pasión de aquel momento. Yo quería ver a mi padre jugar fútbol. Momentos antes lo había acompañado a cambiarse al camarín. Junto con él, muchos hombres grandes y peludos cambiaban sus ropas cotidianas por un short y una polera de un mismo color. Mi papá era volante. O parece que era eso, porque siempre lo miraba tirar los centros para que otro hiciera el gol, mientras algunos gritaban su nombre dentro de la cancha...
Los recuerdos son cada vez más presentes. Yo estaba en las gradas, un poco nervioso porque papá podía caerse o su equipo podía perder, sin embargo no emitía ningún grito desde donde estaba. Fue como ayer que lo vi correr velozmente, y eso me llamaba la atención. Porque siendo un hombre de cuerpo no muy delgado, podía mover sus piernas más rápido que todos. Y me sentía orgulloso de él... Era mi papi.
Más tarde pedimos permiso para recoger naranjas desde los árboles que, esta vez se movían mucho más y la escarcha de las 8 a.m. había desaparecido. Ese día celebramos comiendo naranjas...
Creo que si lo viera jugar otra vez, tendría la misma actitud: parado en las gradas, en silencio y esperando que hiciera un gol. Quizás sonriéndome de que conservara su capacidad de correr rápido. No sé... Le daría gracias por el camino recorrido, le agradecería lo que ha hecho por mí. Por jugar otros partidos a favor mío y por correr velozmente por cubrir mis necesidades. Abrazaría también sus triunfos y esperaría que las multitudes le rindieran un aplauso por algún gol. Y creo que otra vez sería un niño en su hombro, un bebé que clama a favor suyo, un pequeño que aguarda las palabras de su padre.
Esta vez agradeceré sus palabras que, buenas o malas, formaron mi carácter. Le rendiré homenaje aunque mi humanidad me diga que no se lo merece. Le abrazaré aunque sea de espaldas y terminaré por cerrar etapas con él. ¿Puedo seguir condenando a alguien? ¿Puedo una vez más negar mis raíces sin soltar lo que me mantuvo atado tantos años?
Papá:
- En tu ausencia encontré a Dios Padre.
- En tu presencia aprendí el esfuerzo y la perseverancia. Que las metas en la vida tienen un costo y hay que pagarlo, que hay que entregarse por completo en pos de un desafío que quizás nadie cree.
- En tus palabras encontré, sin saber, mi destino.
- En tus actitudes mi carácter se formó.
...
...
¿Puedes enseñarme a jugar fútbol contigo? ¿O a soldar una reja? ¿Puedes invitarme a caminar por la interminable línea del tren? Ahí reiremos otra vez; yo te encontraré y tú me encontrarás. Ahí verás que siempre me tuviste al lado, y yo veré lo mismo en ti. Allí me daré cuenta que tengo tus mismos ojos. Que la genética nos ha ligado a nuestra herencia. Allí veré que también me parezco a ti...
Te quiero, aunque quizás nunca leas este escrito y te emociones como yo. Felices 50 años...