7 de diciembre de 2011

Esa capacidad de asombro


Me gusta observar a los niños. Lo hice por mucho tiempo con mis hermanas pequeñas cuando salíamos a dar vueltas cerca de la casa. Me quedaba observando su sencillez y su inocencia. Muchas veces nos sentábamos en el pasto a conversar y a contar historias. Una vez les hice ponerle nombre a las estrellas je... Aún recuerdan eso y me da gusto cuando relatan la experiencia... No es malo ser como un niño, especialmente cuando se trata de ser rápidos en dejar el pasado atrás y en perdonar sin rencor. Tampoco es malo cuando adoptamos su sencillez para ver la vida y para tratar a los demás, sin rollos internos y sin tantos cuestionamientos.


Ellos descubren la vida y se asombran de ella a medida que van abriendo los ojos a cosas nuevas. Tal vez por eso Jesús dijo que debíamos ser como ellos para entrar en el reino de los cielos. A veces no se trata de grandes campañas de evangelización o de grandes eventos; se trata de sencillez, de humildad y de algo que tienen los niños y que se puede extrapolar a los espiritual: crecimiento. Los niños crecen por un componente genético, hormonal y también porque hacen ejercicio y descansan. El niño vive el día a día. A veces no puede dormir en la noche porque el papá le prometió que al otro día saldrían a la playa. Ansioso, espera que despunte el alba y que llegue la hora de cargar el equipaje y partir.


A veces nos falta algo de eso para agradecer por todo lo que Dios nos ha dado: "capacidad de asombro y de expectación". Cuando tengamos una pizca de eso, estaremos muy cerca del reino de los cielos.

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