17 de febrero de 2009

Arde Río Quino

Había vuelto de la carretera a dejarle un cargador de celular a Marcos González. Hacía calor y además corría mucho viento. Tenía que volver pronto para estar en el taller que me había inscrito. Eran las 16:05 hrs. Cuando llegué al campamento encontré a gente conversando sobre lo rápido que pasaban las nubes en el cielo. Luego había gente corriendo con cara de temor. Vi a la Mayo con Carmen corriendo asustadas a ver de dónde venía el humo. El hermano de Jorge se apresuraba a buscar la camioneta. Lo único a que atiné fue a correr para ver de dónde venía el humo que cada vez se hacía más denso. Cuando llegué a un lugar más abierto, vi que los trigales se consumían con un fuego de unos 2-3 metros de alto. Pero mi impresión fue: "Ojalá que los bomberos lo puedan controlar". Cuando volví para buscar agua junto con varios del campamento, el fuego ya había avanzado rápido. Después de tratar de ayudar, mi vista se dirigió hacia la cabaña de las mujeres. Entonces quedé sorprendido al ver el fuego a menos de 1 metro de la cabaña. Corrí a ayudar a sacar a las niñas que aún estaban adentro tratando de rescatar sus bolsos. La cabaña estaba caliente por el fuego y a través de la ventana se veía el fuego que avanzaba amenazante, mientras los gritos de "Salgan todos, salgan todos!!!", se escuchaba por todo el campamento.
Luego de ayudar un poco y de dejar un bolso cerca del salón, traté de correr en dirección de la entrada del campamento, pero el humo denso y la gente corriendo en la dirección opuesta, me hizo decidir bajar por la ladera del campamento. En eso vi que Carmen Castillo gritaba a todos: "No quiero que nadie se pierda, salgan, vamos!!". Luego de haber rodado hacia la cancha, mil imágenes se sucedieron en 1 minuto: un balón de gas que rodaba por la ladera directo hacia Cecilia. Todos gritándole que se corriera porque el balón venía directo a ella. Finalmente el balón de gas chocó en una piedra y se desvió a menos de 1 metro de ella. También el tío Francisco bajaba con los 2 balones de gas en sus manos. Eran aproximadamente las 16:40 hrs. El pastizal de la ladera se estaba empezando a quemar a raíz de las hojas quemadas que caían desde los árboles de eucaliptus. Corrí hasta el río, mientras veía a algunos que se tiraron al río para cruzar a la otra orilla. En ese ambiente tenso, me encontré con Ernesto y Cony quien preguntó lo que pasaba. Una vez que llegué al río, subí cuesta arriba para ver dónde venía el fuego. Caminando y caminando llegué a un terreno más llano. El fuego se veía amenazante a unos 500 metros de dónde estaba. La única persona que vi fue una señora que hablaba por celular y decía: "Parece que se está incendiando el campamento de los evangélicos". La quise insultar y decirle que se callara pero finalmente me devolví al río. Allí Karla Ramos me abrazó. Habíamos unas 30 personas a la orilla del río esperando sin saber qué hacer.
A los pocos minutos la instrucción fue: Tírense al río y quédense allí. Entonces amontonaron los bolsos en la orilla y comenzamos uno a uno a meternos al río. Varias niñas lloraban, otros reían del nerviosismo. Gustavo, Cristóbal, Samuel y Ricardo estaban un tanto choqueados, sin palabras. Comenzamos a orar, a recitar Salmos y a cantar. "Jehová es mi pastor, nada me faltará..." "Mi corazón entona la canción...". Las oraciones se mezclaban con los salmos. Las miradas de temor se agudizaron cuando el humo se veía cada vez más cercano. Nadie sabía que hacer, pero si sabíamos que estando en el río íbamos a estar más seguros. Luego de estar aproximadamente 1 hora allí, un bombero se abrió paso entre los matorrales. Salimos del río para ser evacuados. Pasamos por unos alambres de púa, y después subimos por un camino a pocos metros del fuego. La tía Celia jadeaba incesante ante el humo que se hacía denso mientras subíamos. Cada cual con su ropa o toalla mojada, se cubría la nariz y los ojos. Hasta que finalmente llegamos a un lugar más seguro y pudimos apreciar el escenario más claramente. Los trigales estaban quemados y las sirenas y el helicóptero se escuchaban de cerca. Una vez en la carretera supimos que Carmen había ido a ver las cosas en el campamento. Cristian y Ernesto se habían quedado para ayudar a Elías y temíamos por su integridad mientras estuvimos en el río.
Cuando estuvimos todos juntos, hicimos un círculo y oramos agradeciendo a Dios por nuestras vidas. Claudio ofreció su casa a modo de albergue para que estuviéramos más tranquilo. Su mamá llegó a los pocos minutos donde estábamos.

De pronto supimos algo que nos dejó sorprendidos y hasta ahora recuerdo la felicidad de aquel anuncio: Todo se había salvado. No lo podíamos creer. El grupo lanzó un grito de alegría al unísono y nos empezamos a abrazar. Alguien por ahí escuché decir: "Tengo que ver para creerlo". Y en efecto, volvimos al campamento y cuando nos bajamos de las camionetas que nos devolvieron al campamento, la imagen fue impresionante: el salón y la cabaña estaban a salvo. Nada se había quemado, sólo uno de los pilares de la cabaña de las mujeres que tenía una muy pequeña destrucción. Luego de orar como buenos pentecostales jeje, fui a ver cómo había pasado el fuego. Y sorprendentemente, el fuego no había pasado a más de 1 cm de la cabaña y la rodeó, pero no la quemó. Estaba intacta con todo quemado a su alrededor, pero a ella no le había pasado nada. Los pastizales de la ladera estan totalmente quemados. Sinceramente creo que Dios cambió la dirección del viento en ese día. Fue sobrenatural. No quedan más palabras, sólo dar gracias a Dios porque nos marcó profundamente en aquel 14 de febrero de 4 a 8 de la tarde. No sé ustedes, pero no quedé con la sensación de: "No volveré más a este campamento", sino que pensé: "Debo trabajar más duro por lo que Dios me ha encomendado y con mucha más pasión.

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La cultura del balcón

Algunos gritaban por allá. Los de acá aplaudían y gritaban. "Llévense a la vieja loca", se escuchaba por ahí. Desde muchos balcone...