11 de julio de 2010

Saliendo de la regla

Uno en la vida siempre tiene que andar precavido. Ese era el clásico consejo de mi abuelita cuando tenía 5 años. De hecho cuando me quedaba en su casa y hacia frío, ella tomaba todas las precauciones de acostarse con mil frazadas encima y de revisar que los demás no durmieran helados. Mi papá era igual que ella jejeje... siempre lo veía revisando si los ventanales de la casa estaban cerrados y si la llave del gas estaba correctamente cerrada. A veces revisaba toda la casa para ver si estaba limpia y si no lo estaba, inmediatamente limpiar lo que estaba sucio.
Cuando tenía aproximadamente 8 años, mi mamá siempre me contaba que me amurraba cuando las cosas no resultaban como yo quería. Me iba a un rincón solo a llorar y a enojarme con el resto... aislado, con cara de rabia y responder a los que me preguntaban "qué te pasa" con un cortante "!déjame!". Y eso era un clásico cuando estaba haciendo un trabajo de manualidades y no resultaba lo que quería.

A medida que fui creciendo, comencé a darme cuenta que uno no puede ser tan rígido en la vida y que en algún espacio de ésta, tiene que haber un lugar para el fracaso, para la frustración. Si uno pasa la vida evadiendo el fracaso y el sufrimiento, finalmente esa misma actitud termina haciendo sufrir a la persona. No podemos pensar en una vida sin caídas, sin cometer errores quizás, sin haberse caído varias veces. Es como cuando el niño empieza a caminar y el papá, los hermanos´, tíos y todo el mundo quiere que camine, pero da un paso e inmediatamente se cae. Pero nadie reta al niño ni le regaña su caída. Al contrario, siempre hay alguien que lo ayuda a volver a levantarse y seguir probando. Si uno quiere vivir la vida sin fracasos, protegiéndose de todo el sufrimiento, nunca aprenderá a caminar de verdad. Siempre tendrá el concepto en su mente de cómo se camina, de cómo se hay que levantarse cuando uno se cae, pero no hará lo más importante: ponerse de pie e intentar caminar. A menos que pase algo: tome la decisión de aprender. Ya lo he dicho otras veces: Dios es perfecto, pero no es perfeccionista. Cuando experimentamos fracasos (como las caídas del bebé), él no nos rechazará; vendrá a ayudarnos a ponernos de pie de nuevo, para que intentemos caminar otra vez.

Cuando uno acepta el sufrimiento y da gracias a Dios por él, el diablo retrocede. Porque ya no puede triunfar con ningún argumento. La lección ya fue aprendida. El fruto ya apareció.

En uno de sus poemas, Borges expone algo parecido a lo que expongo, al decir que si viviera de nuevo, saldría sin paraguas cuando hubiera lluvia, además de pisar las pozas. Pero ya tenía ochenta años y se le había ido la vida. Cuando hayan problemas económicos, no te autorrechaces; acéptalo como parte de la vida y pide a Dios que te ayude a salir. Cuando sientas que has fracasado en algo, acéptalo como parte de la vida y da vuelta la página, sin darle más cabida a que los pájaros aniden allí; luego ponte de pie y sigue caminando sin evadir los hoyos en el camino.

1 comentario:

Anónimo dijo...

a porrazos se aprende, nos duele, pero nos sirve para crecer .

Bendiciones,
Andrea

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