25 de julio de 2010

El centro de tu vida


Cuando fuimos a Perales en los meses de marzo y mayo de este año recuerdo una de las experiencias que más han marcado mi vida. Fue un día domingo en que fuimos invitados a una de las iglesias. De no más de 15 personas y pentecostales todos, el pequeño local que servía como templo, se hacía tan pequeño que, aunque hacía mucho frío, allí dentro a momentos el calor humano sofocaba el ambiente.

Después de haber cantado, un hombre de unos 40 años se paró al frente y comenzó a dirigir la reunión. Él lo había perdido todo a causa del terremoto y maremoto del 27/02 y en verdad su cara no mostraba para nada preocupación. Si bien nunca supe cuál era su oficio, sus características físicas lo hacían parecer a un pescador artesanal. En un momento él comenzó a hablar acerca de la desgracia que ellos habían sufrido a causa del desastre y cómo habían perdido todo y ahora vivían en campamentos. Y terminó diciendo: "Y bueno... Jehová dio, Jehová quitó, pero en todo sea bendecido..." Creo haber leído alguna vez ese versículo en la Biblia, pero nunca me hizo sentido como aquella vez en que salió de los labios de alguien que realmente lo sentía y lo decía de corazón. Tocaron otra canción y no recuerdo bien qué decía, pero lloré sin que nadie lo notara. Creo haber entendido como pocas veces antes que el centro no es uno, sino Dios.

Uno a veces se atormenta tanto por algún problema que no se ha solucionado después de haber hecho un click en el computador. También nos volvemos locos cuando nos demoramos más en la fila del banco o los 10 minutos que teníamos presupuestados para hacer un trámite se transforman en 2 horas. Nos desquitamos con nuestra familia cuando otra persona nos trató mal o nos humilló. Desconfiamos de los demás, los saludamos con prejuicio, nos volvemos hoscos y lejanos... Son realidades que a todos nos pasa. Esta sociedad nos ha enseñado a siempre satisfacer al usuario y nunca a exigirle que se esfuerce. La publicidad centrada en el "yo" y en la autosatisfacción nos llama frecuentemente a privilegiar nuestro propio bienestar por sobre el de los demás... y a pensar en nuestro propio desarrollo personal más que el de quienes nos rodean. Y el centro es el yo.

Cuando oramos muchas veces nos frustramos al darnos cuenta que Dios pareciera no contestar nuestras oraciones acerca de una enfermedad no sanada, alguna deuda no saldada, algún orgullo que sacar, alguna depresión que superar, etc. O nos sentimos tan cansados cuando hay dolor y sufrimiento a nuestro alrededor, y Dios pareciera no contestar; o les contesta a todos menos a mí... Cuando centramos nuestra vida en nuestro propio bienestar y centramos toda la búsqueda de Dios en que él satisfaga nuestras necesidades, entonces hemos perdido de vista el cristianismo. Creer en Dios no significa tener una religión y creer "en algo" que suena bonito pero que no lo vivimos, algo que ha perdido la pasión del principio.

Yo no soy el centro. Uno no ora para que Dios apruebe todas las peticiones que oro, sino para alinear mi voluntad a la suya y responder a su invitación a participar en su reino. Cuando salimos del centro y somos menos ego-ístas, entonces el sufrimiento tiene sentido a la luz de Cristo... y tiene sentido dejar de autocompadecerse, dejar de pensar que el mundo entero confabula contra mí o soy la peor persona del mundo. Porque cuando Cristo es el centro, aprendemos a sufrir, pero sobre todas las cosas, a ponernos de pie y a decir: "Jehová dio, Jehová quitó, pero en todo sea bendecido".

Saludos!!!

2 comentarios:

JamesRock7 dijo...

:))

Debemos aprender a ser menos egoístas y escuchar su voz.

O, como lo que se dice coloquialmente, "dejar de mirarse el ombligo".

1 abrazo pa ti amigo.
:)

Anónimo dijo...

aprender a ponernos en el lugar del otro, renunciar a nuestro propio egoismo.
ser humildes,con espiritu de servicio y amor con todos y en todo momento.


Bendiciones,
Andrea M.

pd.a petición personal,me gustaría leer tema, sobre el perdón, perdón por la patudez

La cultura del balcón

Algunos gritaban por allá. Los de acá aplaudían y gritaban. "Llévense a la vieja loca", se escuchaba por ahí. Desde muchos balcone...