El evangelio es lo más desprejuiciado que hay. O al menos eso debería ser. Está plasmado de principio a fin de un mensaje de aceptación, de perdón y de libertad. Cuando uno predica a Jesús, debe saber que es Él quien escoge a las personas. Uno a veces mira alrededor y comienza a decir: "Este seguramente será escogido por Dios y este no"... Descartamos a quienes son más malos, ignorando que Dios ama y escoge a quienes quiere. Cuando predicamos el evangelio, debemos saber que nosotros somos los primeros pecadores y que es gracias a Jesús que podemos hablar de Él con la conciencia tranquila o con la mentalidad de perdón en nuestras palabras.
Si hablamos de Jesús, debemos sacudirnos de hablar de un mensaje de condenación que atrape a las personas en un sistema religioso, o en una lista de mandamientos como "tienes que orar" o "tienes que portarte bien" como si eso fuera el centro. Si hablamos de Jesús, debemos hablar acerca de tener una relación con Él. De esa relación surge el orar o portarse bien, pero no al revés. Con nuestras fuerzas no podemos ser santos y menos hacer que los demás lo sean. Por eso nuestra labor en el reino es colaborar en extenderlo y llevar a las personas a que lo conozcan a Él.
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