16 de marzo de 2009

Una carta

Mientras escribo, el pulso constante de la música suena en mis oídos. El cielo aún oscuro, sigue afuera como mudo ciego testigo de lo que escribo, solamente escuchando el tecleo sin cesar del que escribe. Son letras más letras de inspiración a Dios. Son líneas de un amor por ti, Dios... de amor por ser como tú en mi vida diaria, de ver que nuestros ojos se parecen...

Cuando escribo, recuerdo las etapas de mi niñez... en donde tomaba el lápiz pasta "de la casa" y me ponía a escribir. Encerrado en la pieza mientras todos veían televisión o sentía el toque débil de una guitarra sonando a lo lejos. Podía reconocer esa guitarra con un pequeño sonido. Era mi hermana que tocaba y cantaba en la otra pieza... Siempre la recuerdo cantando... su puerta cerrada mientras oraba. De eso aprendí... aprendí a conocer a Dios como un niño que repite lo que los grandes hacen. Comencé a encerrarme también en la pieza a escribir. Mis oraciones eran la traducción de lo que mis labios le costaba decir... o que si los decía, tartamudeaba al articular. Podía reconocer a pocos metros que ella estaba allí. De ella aprendí a tener una cita diaria con Dios. Y así escribía... como niño con letra bien redonda y lenta. Con la inspiración que sólo la inocencia de la infancia puede darle. Y con el toque de una petición sincera abrazada a través de las letras y también las lágrimas... Pensaba que mis palabras algún día las leería Dios... incluso soñaba con que Dios estuviera contento con esos escritos. Son esas palabras que emanaba de mi mente de pequeño. Son palabras que lanzaba al viento con el único anhelo de escuchar alguna vez en mi vida su voz diciéndome que siempre había visto mis escritos.

Mientras escribo, el cielo sigue afuera, pero mi corazón se acelera al recuerdo todo esto. Mi familia en el primer piso y mi hermana cantando en su pieza. A veces la veía bajar con los ojos rojos y sus pómulos rubicundos, pensando que estaba mal o estaba muy cansada. No entendía que era lo que pasaba tras esa puerta. Pero poco a poco comprendí que era Dios quien le hablaba... y como niño imitador hice lo mismo, encerrado en una pieza buscando a Dios intensamente. Y allí lo encontraba: tras la imagen perdida de Papá. Tras esas puertas, Dios me enseñó a caminar con él, me enseñó que estaría conmigo aún cuando todo estuviera mal y que seguiría allí si yo le fallaba. Tras la blanca puerta de mi pieza mi identidad se empezó de nuevo a construir. Cuando los recuerdos vienen a mi mente, lágrimas ruedan por mi mejilla. A veces bajaba contento al primer piso... como queriendo gritar que Dios me había hablado, pero por la timidez, nunca lo hice. Como nunca él me enseñó a tomar riesgos con locura, pero también a ser sabio; confrontó mi orgullo y rebeldía y me mostró sueños que tenía conmigo... En la intimidad. En su intimidad.

Afuera el cielo oscuro mira fijamente por la ventana. De nuevo están los elementos de antaño: una habitación, una puerta cerrada y un niño escribiendo en un computador.

Gracias Señor...

1 comentario:

Welysima dijo...

Que bella historia!
A pesar de todo lo adverso que uno viva derrepente, lo más valioso que tenemos es nuestra vida y poder recordar episodios tan bonitos, como el que tu plasmaste aquí tiene un valor incalculable.

Me alegra que desde pequeño hayas tenido esas ganas de conocer más a Dios, estamos echos para alabarle, (cada día me convenzo más de ello)

Te animo a cada día seguir buscando de su presencia :)
(Prov 2:1-5)


Se me había olvidado que tenía blog (soy una wely desmemoriada), así que cuando lo recordé pasé a leer varios sitios amigos :)

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Algunos gritaban por allá. Los de acá aplaudían y gritaban. "Llévense a la vieja loca", se escuchaba por ahí. Desde muchos balcone...