19 de agosto de 2011

No cambien

Todos cambiamos. Es parte de nosotros adaptarnos al medio donde vivimos y a las etapas que estamos viviendo. El problema es cuando comenzamos a cambiar y a tranzar en nuestra forma de ser. Observando a las personas, me he dado cuenta que sus cambios principalmente se rigen por motivos como los siguientes:

1) Experiencias traumáticas: Engaños, traiciones, mentiras profundas, abandonos encabezan la lista. Estas son tal vez algunas de las cosas que nos tientan a dejar de ser amables, a quejarnos por todo, a murmurar acerca de personas cercanas, a poner la atención en detalles innecesarios, a sentirnos con las personas por cualquier razón. A veces se da lo contrario: comenzar a pensar que no hay que esperar nada de los demás como sentimiento de amargura; depresión, aislamiento, cambios de ánimo bruscos, desconfianza y desesperanza.

2) Cambios de etapas o posiciones socio-económicas: Muchas veces somos forzados por la vida misma a tomar responsabilidades y a dejar de ser niños. No hay que confundir la madurez con dejar de lado la alegría y el buen trato hacia los demás. A veces uno se vuelve indiferente a las necesidades de los demás, volviéndonos aislados en nuestro propio mundo.
El dinero también tienta a algunas personas a cambiar. El tener dinero nos da ese sentimiento de independencia. Hay que tener cuidado con esto porque nos sentimos tentados a dejar de lado a los demás y a volvernos egoístas y orgullosos, al creer que ya no necesitamos la ayuda de los demás y que podemos valernos la vida por nosotros mismo. Craso error es cuando pensamos que teniendo dinero, somos superiores. Lo mismo en el trabajo. Cuando alguien es ascendido es tentado a mirar en menos a quienes antes fueron sus compañeros. Ellos creen que siendo así van a lograr más status y respeto de los demás. Lo que no saben es que ese respeto se gana y no se impone... y que ese status mal entendido no es más que una careta de hipocresía. Hay que tener cuidado que esas cosas nos tienten a cambiar.

Siempre me he hecho esta pregunta: "¿Cuánto estoy dispuesto a esforzarme para no cambiar para mal cuando alguien me falle, me traicione, me ofenda gravemente o me engañe?". Recuerdo una vez en que me sentí muy ofendido por una persona y me sentí fuertemente tentado a cambiar. Con rabia dije para mí mismo: "Nunca más voy a trabajar por los demás" y "¿de qué vale cuando haces tantas cosas por solucionar un problema o entregas tanto por un proyecto que no resultó?". Creo que solamente Dios me ayudó a no cambiar. Me enseñó que debía rendir mi voluntad a Él. Aunque otros nos fallan y algo en nosotros nos impulsa a cambiar en base a la rabia y el rencor, lo mejor es descansar y rendir nuestros propios argumentos. Siempre he dicho esto: se necesita más carácter para hacer el bien que para hacer el mal y andar a la defensiva con todos. Para cambiar no necesitamos ser modelados por las circunstancias (no os conforméis a este siglo...) sino por el alfarero, es decir, por Dios y su gracia que nos ayuda.

No hay comentarios.:

La cultura del balcón

Algunos gritaban por allá. Los de acá aplaudían y gritaban. "Llévense a la vieja loca", se escuchaba por ahí. Desde muchos balcone...